Antonio de Ulloa
Antonio de Ulloa y de la Torre-Giralt
(Sevilla, 12 de enero de 1716 – Isla de León, actual San Fernando
(Cádiz), 5 de julio de 1795) fue un naturalista, militar y escritor
español.
Hijo del economista mercantilista
Bernardo Soza de Ulloa. Con trece años se embarcó en el galeón San
Luis, navío que zarpó de Cádiz rumbo a Cartagena de Indias, y con
el cual regresó a Cádiz en septiembre de 1732. Ingresó en la Real
Academia de Guardiamarinas de la marina española en 1733. En 1735
fue destinado, con el grado de teniente de fragata junto con su
colega Jorge Juan y Santacilia, como miembros de una Misión
Geodésica Francesa, expedición científica dirigida por Pierre
Bouguer, y patrocinada por la Academia de Ciencias de Francia para
medir el arco de un meridiano en las proximidades de Quito (Ecuador),
el viaje se inició el 26 de mayo de 1735, quedando en la ciudad de
Cartagena de Indias con los académicos franceses quienes se
retrasaron en la llegada varios meses. Fue el primer europeo que
conoció el platino descubierto en Esmeraldas (Ecuador) en el 500 a.
C; y participó en la revisión de las defensas de los puertos de El
Callao y de la costa chilena.
Viaje de Jorge Juan y Antonio de Ulloa
Balsa de Guayaquil,
dibujada en el viaje de Jorge Juan y Antonio de Ulloa. / ARCHIVO
MUSEO NAVAL
Hace tres siglos los
científicos discrepaban a propósito de la forma exacta de la Tierra
con la misma pasión con la que hasta hace pocos años discutían
sobre la plasticidad del cerebro humano.
Uno de los primeros
en tener constancia fehaciente del talle del globo fue Jorge Juan y
Santalices (1713-1773), que nada más licenciarse como guardamarina
tuvo la oportunidad de embarcarse en una misión histórica para
averiguarlo. Justo ahora, cuando se cumplen 300 años de su
nacimiento, instituciones como el Museo Naval o la Biblioteca Virtual
Miguel de Cervantes rescatan el legado de un hombre al que salva de
la amnesia absoluta dar nombre a una famosa calle madrileña, a pesar
de que en su tiempo fue conocido por Europa como “el sabio
español”.
Jorge Juan fue un
renacentista del XVIII: científico, marino, ingeniero, astrónomo,
cronista, matemático y espía al servicio de Su Majestad. Ingresó
en las principales academias de ciencias de Europa, denunció la
esclavización de los indios y juntó ciencia y aventura con
maestría. Además de la peripecia americana, documentos poco
conocidos que se conservan en el Archivo del Museo Naval arrojan luz
sobre su misión de espionaje en Reino Unido sobre técnicas de
construcción naval y el fichaje clandestino de decenas de operarios
ingleses para desarrollar nuevos barcos en España.
La naval debió ser
la ingeniería espacial de la época. Jorge Juan fue un firme
defensor de los patrones británicos en detrimento de los franceses,
que se impusieron en la Armada. Poco antes de morir, escribió una
carta secreta al rey para alertarle del peligro que entrañaba aquel
diseño: “La actual construcción de navíos y más buques
destinados al uso de la Armada de Vuestra Majestad (que debería ser
temida) no solo es inútil en todas sus partes sino que preveo el
horror de las armas, vasallos y estados de Vuestra Majestad en
peligro inevitable a perecer en un solo día”. Algunos expertos,
aclara Pilar del Campo, responsable del Archivo del Museo Naval,
“consideran que aquel modelo de buques pesados contribuyó, entre
otros factores, al posterior desastre de Trafalgar”.
Volvamos al inicio
del siglo XVIII. La bronca entre académicos era descomunal: los
ingleses defendían a Newton y los franceses a Cassini, que
discrepaban sobre la forma de la Tierra. Para resolverlo, la Academie
Royale des Sciences de París organizó dos expediciones geodésicas
—una al norte de Europa y otra al ecuador, bajo dominio español—
con el objetivo de medir los grados terrestres y determinar el perfil
del globo.
A cambio de
incorporar al equipo a los tenientes de navío (fulminantemente
ascendidos para la expedición) Jorge Juan y Antonio de Ulloa, el
español Felipe V autorizó el trabajo de los franceses movido por
las ganancias: hacía un favor a su sobrino, Luis XV; estrechaba la
alianza francoespañola y extraía información de primera mano de
sus territorios.
El 26 de mayo de
1735 Juan y Ulloa zarparon de Cádiz con un mandato público
(información científica) y otro secreto (información política,
militar y social). Diez años después regresaron —milagrosamente—
tras haber afrontado aventuras impredecibles, peligros presumibles y
tareas ingratas, narradas por ellos mismos, como este pasaje sobre
sus días en una cueva del volcán Pichincha mientras hacían las
triangulaciones para medir el arco del meridiano: “Por una parte
los pies tan hinchados y doloridos que ni el calor era soportable en
ellos, ni posible pisar sin una gran penalidad: las manos por lo
consiguiente casi heladas; y los labios hinchados, encogidos y
rajados, que al movimiento al hablar, u otro semejante empezaban a
verter sangre”.
El éxito de la
expedición encumbró ante todo al astrónomo francés Charles Marie
de la Condomine, que hegemonizó la gloria —la misión pasó a la
historia con su nombre—, y eclipsó no solo a los dos españoles
sino también a su colega francés Louis Godin (que acabó sus días
en Cádiz, apartado de la Academia de París).
Cuando Jorge Juan y
Antonio de Ulloa pisaron de nuevo España eran dos eminencias en
ciencias (gracias a ellos también se fijó el meridiano que demarcó
los dominios de España y Portugal, hasta entonces imprecisos), a la
vez que descarnados cronistas. En un vastísimo informe reservado
denunciaban abusos de corregidores y curas españoles, que titularon
Memorias sobre el Perú y Chile y que elaboraron bajo instrucciones
del marqués de la Ensenada. El texto, presentado al rey Fernando VI
con la finalidad de reformar los virreinatos, se publicó antes en
Londres en 1826 con el título Noticias secretas de América que en
España.
La codicia les
pareció la madre de los males. “Nace la tiranía que experimentan
los indios de la insaciable hambre de riquezas que llevan a las
Indias los que van a gobernarlos”, escriben en un texto, cuyo
original se conserva en el Archivo del Museo Naval.
Su informe —que
también detallaba puertos, arsenales y tropas, además de las rutas
del contrabando y el fraude fiscal— es el resultado de un trabajo
de campo de años casi periodístico, en el que Ulloa y Juan
entrevistaron a multitud de fuentes. Tanto los civiles como los
religiosos salen mal parados. De la avaricia que corroía también a
los enviados de Dios da buena fe este episodio en una iglesia cuyo
coro estaba ocupado por telares: “Y aunque empezó a decirse misa
no por eso dejaron de trabajar y ese ruido con ellos causaban la
irreverencia que se puede considerar. Después que se acabó la misa
y salió la gente cerraron la iglesia y quedaron los indios en ella”.
Historia del meridiano de París, posteriormente sustituido por el de Greenwich.
Historia del meridiano de París, posteriormente sustituido por el de Greenwich.
Meridiano París Norte
Meridiano de París Sur, por el Palais d'Luxemburg y el Observatorio.
La historia no es justa. En
muchas ocasiones no se premia el esfuerzo, y París tuvo que ceder a Greenwich
el honor de ser el meridiano cero por acuerdos internacionales. París es por
ello una ciudad al Este.
El merito del achatamiento
por los polos y la medida precisa de la longitud del meridiano forman parte de
una de las gestas de la humanidad, y ambos fueron trabajos franceses. Barcelona
–de rebote también quedó en el Este.
En una visita a París no debe
dejarse de recorrer su pequeña avenida Meridiana para terminar visitando el
Observatorio y su sala Meridiana.
Sin embargo, véase entrada Jorge Juan y Antonio de Ulloa,
viaje para medir el meridiano, Francia arrebató el mérito a España.
Sala Meridiana en el Observatorio de Paris.
Científicos en la Torre Eiffel
Francia honra a sus científicos inscribiéndolos en el primer piso de la Torre Eiffel con letras doradas.
El mérito fue arrebatado a los españoles Ulloa y Jorge Juan. Y fue la expedición fue auspiciada por Felipe V debido a su sometimiento familiar a la monarquía francesa.
ResponderEliminarY la medida de la longitud era patrimonio español desde Felipe II, pero celosamente guardado.